TUBERCULOSIS
FIDELIO PONCE DE LEÓN
Tuberculosis
Óleo sobre lienzo, 92 x 122 cm, 1934. Colección del Museo de Bellas Artes de Cuba.
Pintor religioso puede ser una definición precisa para Fidelio Ponce de León (Camagüey, Cuba, 1895-1949), aunque no solamente por su tradición católica o sus pinturas de Cristo y beatificados, sino por su voluntad a la representación de la hondura psicológica y las manifestaciones de la espiritualidad en un mundo que puede resultar extraño y doliente. El entorno que plasma es, a diferencia de sus contemporáneos, despreocupado con los problemas de la identidad nacional, el folklorismo o la visión de Cuba y centrado en una cotidianeidad que trasluce la bondad religiosa, donde cabe el sufrimiento, con personajes que pudieran ser cubiertos con un halo místico que siempre está vinculado al devenir real, quizá a la usanza de Murillo. Los paisajes de sus cuadros, que difícilmente podría ser calificados como típicos cubanos, no tienen un referente físico sino espiritual y parecen conectados a una brumosa visión plena en dramatismo y enigma: estatismo físico mezclado con intensidad emocional.
​
Referentes como Romañach y Modigliani deslumbran a un Fidelio nómada en una isla de la que nunca salió, aficionado a la música, delirante y transgresor que construye un estilo derivado del expresionismo, impresionismo y la abstracción, aunque sin respetar demasiado ninguna de sus normas. El ambiente regional lo difumina con fuerza entre sepia, blancos grises, siena, verde vejiga, ocres, azules grisáceos que, frente al colorido del trópico, conforman una paleta casi monocroma. En su trazo, las líneas sinuosas y las proporciones alargadas siempre persiguen una simplificación de la representación figurativa para promover una conexión emocional a partir empastes densos, veladuras, raspones, intervenciones físicas sobre la propia obra y la dilución de las formas con empalmes de color. Sus personajes tienen vestidos, disfraces para ser más exactos, como casi único símbolo del contacto con la realidad resaltando así su condición humana antes que espectral. En todos hay un muestrario de dolores físicos y emocionales que confluyen hacia el deterioro tanto de la voluntad como del cuerpo. Evento que Fidelio conoció muy bien, sobre todo, al final de su vida al estar unido a la tisis.
​
Quizá de manera premonitoria unos años antes de contraer la dolencia, pinta Tuberculosis (1934, Óleo sobre lienzo, 92 x 122 cm), una elaborada obra donde el reforzar de las pulsiones, que pueden venir de zonas oscuras o claras del alma y del cuerpo, matiza las soluciones formales y conceptuales. Unos fantasmales personajes, una monja enfermera y una familia con una niña, contemplan estáticos en un fondo que contribuye al desasosiego que causa la imagen, rematada por un cráneo y la suave inclinación de la cabeza de niña buscando inútilmente el consuelo. Pesimismo, sufrimiento y desesperanza inundan la obra donde el blanco de las vestiduras aparece como un antídoto contra la contaminación de los cuerpos deformados y corroídos. Las texturas gruesas para los tonos ocres, rosas, azules, blanco y verde vejiga, tienen modificaciones realizadas no solo con pincel otorgando al morboso ambiente un carácter aún más grotesco y onírico, en recuerdo probablemente a las experiencias vividas por Fidelio en la Cuba de ese momento: contexto histórico de convulsión e incertidumbre. Pereciera esta pieza una deformada foto familiar que logra captar el sentir destruido de lo que los rodea.
Tuberculosis (detalle)
Tuberculosis (detalle)
Tuberculosis (detalle)