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EL RAPTO DE LAS MULATAS
CARLOS ENRÍQUEZ

El Rapto de las Mulatas (detalle)

    Contar historias en múltiples formatos fue la vocación constante de Carlos Enríquez Gómez (Las Villas, Cuba, 1900-1957), pintor, ilustrador y novelista que es considerado uno de los mejores exponentes de la vanguardia artística cubana. Influenciado por el modernismo impone en su expresión pictórica la autoconciencia de su entorno, representado la sublimación y decadencia de los ambientes que le rodean. Gira su pintura entre los polos del éxtasis y la violencia, mostrando cuan cercanos pueden ser al formar parte del individuo que tienen conciencia de su finitud, aunque solo sea porque se sabe aplastado por las circunstancias.  La búsqueda del concepto de identidad nacional y la representación del entorno cubano son  los ejes que definen su carrera intelectual y se concretan en la creación con su pintura, aunque extensible a toda su producción artística,  del “romancero guajiro”, pariente criollo y visual de su homólogo español.

  Bohemio conocedor de Europa y Estados Unidos, escoge un ambiente semi-rural en La Habana para estacionar su ambiente creativo en una casa que bautiza con el acertado nombre de “El hurón azul”.  Ambiente que está marcado en lo personal por la experiencia del alcohol y de los huesos enfermos, abriendo las puertas a un sufrimiento físico que lo ancla aún más a la realidad que tanto quiere recrear, quizá también como paliativo. Sin embargo, no sirve está imagen de debilidad para identificar al pintor; mejor usar la del artista que parece complacerse en escandalizar a la, a veces, demasiado puritana audiencia con sus vigorosos desnudos y el marcado erotismo en muchas de sus piezas. Y este sensualismo se acompaña de líneas fluidas, transparencias y formas cromáticas entrelazadas que salen de una paleta hecha con los colores de trópico: igual de abundantes e intensos.  No falta tampoco el movimiento y la crudeza, elementos imprescindibles del ambiente cubano, aunque siempre atenuados por la indeleble marca de un espíritu laxo que impide adoptar posturas graves en las Antillas.

   La interpretación de la sensibilidad de Cuba, que es el eje de su romancero, tiene su cúspide en el cuadro El Rapto de las Mulatas (1938, Óleo sobre lienzo, 162.4 x 114.5 cm) cuya historia es la versión criolla de El rapto de las hijas de Leucipo, de Rubens. Carlos Enríquez propone la paradójica situación donde, en un evento de violencia cometido por dos armados jinetes forajidos hispano-descendientes contra dos voluptuosas mujeres afrocubanas, solo se vislumbra complacencia, seducción y un consensuado sensualismo que trasciende a los cuatro personajes para llegar al paisaje circundante, con fálicas palmas y colinas tan sinuosas como los pechos de las mulatas.  En tonos transparentes y delicados de rojo, carmelita, amarillo, verde azul y blanco aparece el clima húmedo y caliente de Cuba, y en una composición de dos diagonales intersecadas en cuyo rededor se entrelazan arremolinados los elementos del cuadro, se plasma el ímpeto habitual de los cubanos. Machismo, resaltado con unos caballos símbolos de masculinidad, vigor y poder, sexismo y el racista estigma de promiscuas que se le imponía a las mestizas criollas son elementos tan visibles en este cuadro como la luz y los colores locales del campo cubano.  Compleja y llena de detalles, esta pintura es una clave contribución, conceptual y formal, a la búsqueda en su época de la respuesta a qué es lo cubano.

El Rapto de las Mulatas (detalle)

El Rapto de las Mulatas (detalle)

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